El tiempo, la distancia y la calma: los amigos para mirar bonito

Hay una frase que últimamente me ronda la cabeza, una que surgió para darle nombre a lo que durante mucho tiempo solo sentía sin saber cómo explicar:
“El tiempo, la distancia y la calma son el amigo para mirar bonito.”

Pienso que, muchas veces, nos saturamos de ideas, de situaciones, de pensamientos que giran sin descanso… y hasta el mismo estrés nos empuja a decir y hacer cosas de las que luego nos pesa el alma. Y es que, en el fondo, lo que quiero hablar es del perdón, de soltar el orgullo, de dejar ir el “es que hizo” o el “es que dijo”.

Porque todos, absolutamente todos, nos herimos alguna vez.
Y lo hacemos sin querer, porque todavía no hemos aprendido a tener una comunicación clara, asertiva, sincera. Nuestra mayor desventaja, quizás, es el miedo a mostrar lo que sentimos, a pensar que sentir profundamente nos vuelve vulnerables frente a los demás.

El tiempo puede doler, sí, pero también es maravilloso en su sabiduría.
Tiene una manera única de limpiar, de aclarar, de curar lo que parecía roto.

Recuerdo un día, una llamada. Era una de mis amigas, una de esas que me acompañaron desde siempre, desde el colegio. Llenas de tantos recuerdos. Tanto ella como yo estábamos en una etapa difícil. Solo escuché su voz, y al terminar la conversación, recuerdo haberle dicho:
No sabía que pensabas eso de mí... no entiendo qué hacíamos de amigas, pero gracias.
Y colgué.

A veces, en ciertas conversaciones, uno entiende que es mejor callar, respirar y no dejar que la ira se acomode en el corazón. No me llené de rabia, simplemente dejé que el silencio hiciera su trabajo, como quien deja reposar el agua hasta que vuelve a ser clara.

Dos años después, me llegó un mensaje suyo. Era ella, contándome desde su sentir y parte más vulnerable lo que realmente había pasado, con su verdad desnuda y sincera. Solo respondí: No pasa nada, tenemos que hablarlo.

Siempre supe que lo que dijiste fue desde tu dolor.

Y sí, ahí estaba la respuesta del tiempo.
Hoy sigue siendo esa amiga de siempre, la del colegio, la de las risas interminables y la complicidad infinita, pero ahora somos un poco más maduras, más humildes, más conscientes del valor de cuidar los sentimientos de la otra.

Cuando uno se detiene a mirar, se da cuenta de que las dificultades personales no son tan malas como parecen.
Claro, también he perdido amistades, personas que se fueron borrando con el paso de los años, hasta dejar de formar parte de mi historia. Y claro, también he sido la mala de un cuento, la imperfecta, la cruel.

A veces volver a retomar una relación es hacerlo con más cuidado, con más cariño, con más amor.
Quizás es ahí donde uno aprende a valorar de verdad, a mirar al otro con una mirada más empática, más limpia, más desde el alma.

Nunca le he tenido miedo a que las personas se vayan.
Solo respiro, hago mi duelo y confío en el tiempo.
Siempre pienso que, si alguna vez volvemos a cruzarnos, será desde un lugar distinto, desde una versión más serena de nosotros.

Ella, hoy, es mi 24/7.
Todo fluye. Desde ese sentir, y las circunstancias —esas que alguna vez dolieron— hoy son la raíz de una cercanía más fuerte, más genuina.

Y así… en esta temporada, la vida me ha dado la oportunidad de reencontrarme con personas que siguen siendo especiales para mí.
Cada encuentro ha sido como abrir una ventana y dejar que entre aire nuevo, pero con el aroma de lo conocido, de lo que nunca dejó de ser parte de mí.

En muchas conversaciones me dicen:
Es que entregas todo.
Y yo respondo:
¿Cómo no hacerlo?
¿Cómo no darlo todo si lo que habita en el corazón busca siempre expandirse?
De lo que el corazón está lleno, de eso habla la boca.
Y si algún día dejo huella, que sean huellas de gratitud, de amor, de presencia.

Porque al final, el tiempo, la distancia y la calma no solo enseñan a mirar bonito…
enseñan a mirar con el alma.