Cada año, el 10 de septiembre, el mundo recuerda el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. Es un día en el que se habla de estadísticas, de cifras que aumentan, de la necesidad urgente de prestar atención a la salud mental. Sin embargo, hay un tema que no siempre tiene voz: lo que sucede después, el vacío que queda en las familias, las preguntas sin respuesta y el dolor silencioso de quienes seguimos caminando con una ausencia eterna.

Hablar de suicidio no es fácil. En muchos lugares sigue siendo un tema tabú, rodeado de prejuicios, silencios y juicios. Pero detrás de cada decisión hay una historia, un rostro, una vida que parecía tenerlo todo y, al mismo tiempo, estaba atravesada por una tristeza tan grande que se volvió insoportable. Y también hay otra cara de la historia: los hijos, las madres, los amigos, los hermanos que quedan intentando recomponer una vida rota.

Yo lo viví de cerca, siendo apenas una niña.

 

La partida que cambió todo

Los recuerdos de ese día son pocos, pero hay imágenes que nunca se borran de la mente. A mi madre la recuerdo con los ojos llenos de lágrimas, mirándome sin saber qué decirme. Su silencio era más fuerte que cualquier palabra. Mi papá había muerto y mi vida, desde ese instante, cambió para siempre.

Él era un hombre inteligente, un profesor reconocido, alguien a quien muchos admiraban. Para el mundo, lo tenía todo: estabilidad, respeto, una familia. Pero por dentro había una tristeza que lo invadía y que nunca supimos comprender del todo. Fue más tarde, a través de recortes de periódicos, que descubrí que su decisión final fue el suicidio.

La niña que yo era entonces no alcanzaba a entender. Sentía reproches, rabia, soledad. Me preguntaba una y otra vez por qué, qué había fallado, qué había pasado por su mente en esos últimos instantes. Pero las respuestas nunca llegaron. El suicidio deja detrás un silencio lleno de dudas que nunca se disipan.

 

El dolor de quienes quedan

Cuando se habla del suicidio, solemos poner el foco en la persona que decide partir. Pero pocas veces se habla del impacto en quienes quedan.

La pérdida por suicidio no se parece a ninguna otra. No es solo tristeza; es una mezcla de sentimientos que chocan entre sí: culpa, enojo, incredulidad, dolor. Se vive con una ausencia que no se puede llenar y con la sensación de que todo pudo haber sido distinto.

Yo lo recuerdo en cosas pequeñas, como el último día que me frotó los pies con sus manos. En ese momento, nunca imaginé que sería el último gesto de cercanía. Y sin embargo, ese recuerdo se quedó tatuado en mi corazón. Es la prueba de que estuvo, de que me quiso, de que existió un vínculo que ni la muerte pudo borrar.

En el Día Mundial para la Prevención del Suicidio deberíamos hablar también de esto: del duelo de los sobrevivientes, de las familias que quedan con un vacío eterno, de la importancia de acompañar no solo a quienes atraviesan pensamientos suicidas, sino también a quienes cargan con las consecuencias de esa decisión.

 

Comprender el valor de la mente

Con el tiempo, entendí que la mente tiene un valor inmenso. Que la salud mental es tan vital como el aire que respiramos y que debe cuidarse con la misma importancia con la que cuidamos nuestro cuerpo.

En algún momento de mi vida, enfrenté mi propia oscuridad. Y cuando sentí que ya no podía más, el recuerdo de lo que había vivido con mi padre fue lo único que me sostuvo. Comprendí, en medio del dolor, que no quería repetir la misma historia, que había algo más allá, que podía haber esperanza.

Esa experiencia me mostró que hablar de salud mental no es un lujo ni una moda: es una necesidad urgente. Todos, en algún momento, podemos sentirnos sobrepasados, vulnerables, solos. Y en esos momentos, tener a alguien que escuche, que acompañe sin juzgar, puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

La importancia de hablar y acompañar

El suicidio no siempre se puede evitar, pero sí podemos reducir el riesgo si aprendemos a reconocer las señales y, sobre todo, si creamos un entorno en el que hablar de lo que sentimos no sea un motivo de vergüenza.

Un mensaje de vida y gratitud

A pesar del dolor que marcó mi infancia, hoy elijo agradecer. Agradecer porque, en medio de la ausencia, también quedaron enseñanzas.

Gracias, papá, porque tu historia, aunque terminó de forma dolorosa, me mostró lo valiosa que es la mente, lo importante que es cuidar el alma. Gracias porque, en tu ausencia, mamá se convirtió en un ejemplo de valentía y fortaleza. Gracias porque, aunque no estés, todavía dejas huellas.

Habla, busca apoyo, confía en alguien. Tu historia aún tiene mucho por escribir y tu vida es demasiado valiosa para rendirse.

 

Escrito por: Natalia Grajales