Escribir: el espejo del alma

La única manera real de conocerse a sí mismo es escribiendo. No hay terapeuta, conversación ni espejo físico que pueda reflejar con tanta claridad lo que habita en nuestro interior como una hoja en blanco. Esa hoja se convierte en un espejo silencioso, profundo, íntimo. Ella no juzga, no interrumpe, no opina; simplemente guarda y resguarda los secretos más profundos que tenemos y sentimos.

En el papel sentimos, lloramos, reímos, analizamos, resolvemos, preguntamos. Es allí donde cuestionamos el “por qué” de algunas cosas, donde entendemos los ciclos, los finales y los comienzos, donde descubrimos —sin maquillaje ni disfraces— cómo y por qué las personas y las situaciones llegan a nuestra vida. Escribir es una manera de salirnos un poco de la emoción para mirarnos con ojos más analíticos. Es una forma de enfrentarnos con lo que realmente somos.

Porque, aunque a veces no queramos aceptarlo, somos un misterio para nosotros mismos. Llevamos universos completos de pensamientos, recuerdos, heridas, sueños, miedos, anhelos y sentimientos. Y escribir es como entrar en ese universo sin prisa, sin prejuicio, sin juicio. Es una exploración profunda, casi sagrada, que nos permite vernos desde adentro y entendernos.

Escribir es un viaje hacia nuestro interior. No hay manera más profunda de descubrirse. No existe herramienta más honesta para escuchar la voz del alma. Cuando uno escribe, remueve capas. Al principio es apenas unas palabras sueltas, frases sin orden, emociones que se asoman tímidas. Pero, con cada línea, vamos entrando más hondo. Vamos tocando recuerdos que estaban dormidos, emociones que creíamos resueltas, heridas que pedían ser nombradas.

Yo llevaba un mes sin escribir y ni me había dado cuenta de lo mucho que lo necesitaba. Mi alma pedía a gritos desaguar todo lo que siento dentro de mí: las quejas, las dudas, las alegrías, las pequeñas plenitudes de la vida cotidiana. A veces uno se engaña pensando que está bien, que no hace falta detenerse; y, sin embargo, basta volver al papel para comprender cuántas emociones estaban esperando su turno para ser escuchadas.

Escribir sobre las etapas nuevas de la vida es un acto de valentía. Cada etapa trae sus propios aprendizajes, sus desafíos, su belleza y su sombra. Al escribirlas, uno las envuelve, las comprende y las transforma. Es como ir viajando hacia lo profundo y, al mismo tiempo, remover lo que estaba dormido. No se trata solo de contar lo que pasa, sino de ponerle palabras a lo que sentimos que pasa.

En el papel uno puede ser honesto sin miedo. Se pueden decir verdades que no nos atrevemos a pronunciar en voz alta. Se puede llorar sin que nadie nos mire, reír de recuerdos que todavía duelen, agradecer por cosas que ni sabíamos que necesitábamos agradecer. El papel es ese espacio seguro donde uno puede ser todo lo que es, sin filtros ni máscaras.

Por eso, escribir es también un acto de amor propio. Es dedicarse tiempo, escucharse, sostenerse. En un mundo lleno de ruido y distracciones, detenerse a escribir es como encender una vela en medio de la oscuridad: ilumina el camino interior. Escribir es recordar que uno existe, que uno siente, que uno importa.

A veces creemos que estamos solos en nuestras emociones. Pero, al escribir, descubrimos que no somos los únicos en sentir miedo, alegría, nostalgia, rabia, esperanza. La escritura nos conecta con nuestra humanidad compartida. Y cuando compartimos lo que escribimos, como ahora en este blog, tejemos puentes invisibles con otros que leen y se sienten reflejados.

En última instancia, nuestro único y verdadero amigo eres tú mismo, un papel y un lápiz. Allí no hay máscaras, no hay apariencias, no hay miedo a ser juzgado. Allí está tu esencia, tu verdad, tu historia.

 

Escrito por: Natalia Grajales